En los próximos años el gran
cambio en la configuración del entretenimiento no llegará a través de las pequeñas
pantallas de los dispositivos móviles sino del televisor. Como en su momento
resistió el cine, la llamada “pantalla chica” también está resistiendo el
embate de las nuevas tecnologías y se sobrepone a la novedad generada por el
uso de computadoras, tabletas y teléfonos inteligentes.
Ciertamente éstos últimos han
logrado modificar la estructura de programación convencional de la televisión e
incluso los contenidos audiovisuales, al ofrecer alternativas temáticas y
conceptuales recogidas por las redes sociales, sobre todo Youtube, que a su vez
se nutre de videos caseros o “independientes”. Es verdad también que construir
un menú de contenidos representa el mayor avance de independencia del usuario.
No obstante más que la costumbre
de mirar el televisor, la fuerza de este aparato radica en el tamaño de su
pantalla. Por eso el cine sigue sólido como industria y por ello las empresas
de innovación han comprendido que el futuro en el entretenimiento radica en
mantener y actualizar los equipos receptores de señal que han hecho de la
televisión el medio de comunicación por excelencia.
Dejando de lado el hecho de que las
imágenes adquieren fuerza cuando es mayor la dimensión en que son proyectadas o
de que para las personas adultas es preferible ver películas, series y cualquier
otro espectáculo (musicales pero sobre todo deportes) en pantallas grandes, lo
cierto es que embelesados con las maravillas que cualquier smartphone puede hacer,
se ha perdido la perspectiva del futuro que aún aguarda a los televisores
mediante el concepto de Smart Tv o televisión inteligente.
En México la industria ya ofrece
dichas innovaciones y muchas familias o consumidores en lo individual empiezan
a adquirirlas. Sin embargo aún no son una realidad generalizada debido a su
alto costo así como a los problemas de operación y navegación asociadas al
internet, que persiste en su lentitud y también resulta caro en el promedio de
ingreso nacional. Incluso hay que decirlo: apenas este 2014 han dejado de
venderse los aparatos receptores de señal análoga y millones de personas
deberán emplear decodificadores para recibir la señal digital conforme ésta
vaya difundiéndose en el país. El único lugar donde se ha establecido, que es
Tijuana, demostró el retraso social para este cambio básico de señal, revelando
un lado poco asumido: la importancia que para las familias con bajos ingresos
tiene la televisión así como está.
Es clara la brecha que se
construye entre los mexicanos, la mayoría, que usarán en los siguientes años
decodificadores de señal digital para su televisor analógico y aquellos, la
minoría, que estarán en condición de adquirir la pantalla de Samsung de 110
pulgadas que tiene un costo de 150 mil dólares. Sin embargo, también es verdad
que unos y otros seguirán viendo la “tele”
en los aparatos disponibles por el mismo principio rector ya esbozado: el
tamaño, haya o no alta definición en la recepción de la señal. Digamos que se
trata del mismo principio en el consumo de las películas obtenidas mediante
clonación o piratería que sin duda quitan calidad a la imagen, sin modificar,
dicho sea de paso, el hábito de usar el televisor para mirarlas.
La costumbre de ver contenidos en
términos de entretenimiento para bien o para mal está definida, sea dentro del hogar, en restaurantes o salas de
espera y la sentencia es precisa: con imágenes proporcionadas mediante televisión,
internet o videos, la pantalla más grande va a devorar a la chica.