viernes, 3 de enero de 2014

Larga vida al televisor


En los próximos años el gran cambio en la configuración del entretenimiento no llegará a través de las pequeñas pantallas de los dispositivos móviles sino del televisor. Como en su momento resistió el cine, la llamada “pantalla chica” también está resistiendo el embate de las nuevas tecnologías y se sobrepone a la novedad generada por el uso de computadoras, tabletas y teléfonos inteligentes.
Ciertamente éstos últimos han logrado modificar la estructura de programación convencional de la televisión e incluso los contenidos audiovisuales, al ofrecer alternativas temáticas y conceptuales recogidas por las redes sociales, sobre todo Youtube, que a su vez se nutre de videos caseros o “independientes”. Es verdad también que construir un menú de contenidos representa el mayor avance de independencia del usuario.
No obstante más que la costumbre de mirar el televisor, la fuerza de este aparato radica en el tamaño de su pantalla. Por eso el cine sigue sólido como industria y por ello las empresas de innovación han comprendido que el futuro en el entretenimiento radica en mantener y actualizar los equipos receptores de señal que han hecho de la televisión el medio de comunicación por excelencia.
Dejando de lado el hecho de que las imágenes adquieren fuerza cuando es mayor la dimensión en que son proyectadas o de que para las personas adultas es preferible ver películas, series y cualquier otro espectáculo (musicales pero sobre todo deportes) en pantallas grandes, lo cierto es que embelesados con las maravillas que cualquier smartphone puede hacer, se ha perdido la perspectiva del futuro que aún aguarda a los televisores mediante el concepto de Smart Tv o televisión inteligente.
En México la industria ya ofrece dichas innovaciones y muchas familias o consumidores en lo individual empiezan a adquirirlas. Sin embargo aún no son una realidad generalizada debido a su alto costo así como a los problemas de operación y navegación asociadas al internet, que persiste en su lentitud y también resulta caro en el promedio de ingreso nacional. Incluso hay que decirlo: apenas este 2014 han dejado de venderse los aparatos receptores de señal análoga y millones de personas deberán emplear decodificadores para recibir la señal digital conforme ésta vaya difundiéndose en el país. El único lugar donde se ha establecido, que es Tijuana, demostró el retraso social para este cambio básico de señal, revelando un lado poco asumido: la importancia que para las familias con bajos ingresos tiene la televisión así como está.

Es clara la brecha que se construye entre los mexicanos, la mayoría, que usarán en los siguientes años decodificadores de señal digital para su televisor analógico y aquellos, la minoría, que estarán en condición de adquirir la pantalla de Samsung de 110 pulgadas que tiene un costo de 150 mil dólares. Sin embargo, también es verdad que unos y otros  seguirán viendo la “tele” en los aparatos disponibles por el mismo principio rector ya esbozado: el tamaño, haya o no alta definición en la recepción de la señal. Digamos que se trata del mismo principio en el consumo de las películas obtenidas mediante clonación o piratería que sin duda quitan calidad a la imagen, sin modificar, dicho sea de paso, el hábito de usar el televisor para mirarlas.
La costumbre de ver contenidos en términos de entretenimiento para bien o para mal está definida, sea  dentro del hogar, en restaurantes o salas de espera y la sentencia es precisa: con imágenes proporcionadas mediante televisión, internet o videos, la pantalla más grande va a devorar a la chica.